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									 Biblia de Jerusalén (1976) Biblia de Jerusalén (1976)
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									1
									 
									 
									|Jeremías 37:1|
									Vino a reinar, en vez de Konías, hijo de Yoyaquim, el rey Sedecías, hijo de Josías, al que Nabucodonosor, rey de Babilonia, puso por rey en tierra de Judá,									
     
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									2
									 
									 
									|Jeremías 37:2|
									pero tampoco él ni sus siervos, ni el pueblo de la tierra, hicieron caso de las palabras que Yahveh había hablado por medio del profeta Jeremías.									
     
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									3
									 
									 
									|Jeremías 37:3|
									El rey Sedecías envió a Yukal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maaseías, a decir al profeta Jeremías: «¡Ea! Ruega por nosotros a nuestro Dios Yahveh.»									
     
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									4
									 
									 
									|Jeremías 37:4|
									Y Jeremías iba y venía en público, pues no le habían encarcelado.									
     
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									5
									 
									 
									|Jeremías 37:5|
									Las fuerzas de Faraón salieron de Egipto, y al oír hablar de ellos los caldeos que sitiaban a Jerusalén, levantaron el sitio de Jerusalén.									
     
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									6
									 
									 
									|Jeremías 37:6|
									Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh al profeta Jeremías:									
     
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									7
									 
									 
									|Jeremías 37:7|
									Así dice Yahveh, el Dios de Israel: Así diréis al rey de Judá que os envía a mí, a consultarme: He aquí que las fuerzas de Faraón que salían en vuestro socorro se han vuelto a su tierra de Egipto,									
     
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									8
									 
									 
									|Jeremías 37:8|
									y volverán los caldeos que atacan a esta ciudad, la tomarán y la incendiarán.									
     
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									9
									 
									 
									|Jeremías 37:9|
									Así dice Yahveh: No cobréis ánimos diciendo: «Seguro que los caldeos terminarán por dejarnos y marcharse»; porque no se marcharán,									
     
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									10
									 
									 
									|Jeremías 37:10|
									pues aunque hubieseis derrotado a todas las fuerzas de los caldeos que os atacan y les quedaren sólo hombres acribillados, se levantarían cada cual en su tienda e incendiarían esta ciudad.									
     
 
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